ESPAÑOLES E ITALIANOS
¿Es verdad que España e Italia son dos
pueblos tan semejantes? Así lo piensan muchos. Por mi parte, tras haber
pasado casi la mitad de mi vida en Italia, cada día estoy más convencido de
que, al revés, somos dos pueblos profundamente distintos. Casi en todo, si
se exceptúan el sol, las naranjas y el aceite, magníficos por cierto, en
ambos países. Se ha llegado a creer que españoles e italianos se entienden
enseguida sin haber estudiado antes los respectivos idiomas. Nada más falso.
Son dos lenguas que no se pueden entender ni menos hablar si no se estudian
a fondo. De hecho, todos los hombres públicos de ambos países acaban echando
mano del intérprete. Otra cosa que puede engañar es que Italia es quizá el
único país del mundo con tal capacidad de aceptación y tan escasos
sentimientos chovinistas que basta que sepas 10 palabras de su lengua para
que te piropeen diciéndote que la hablas divinamente. Pero ambos idiomas son
tan distintos como la gente que los habla.
Hay palabras españolas que a los italianos les suenan como latigazos,
empezando por cabrón. Qué tragedia para un italiano la jota o la ge, o la
zeta. Tengo amigos que desde hace 15 años siguen llamándome Kuan. Imagínense
si me llamase Jorge. Hay palabras como cincel, o zancajear, o zurriagazo,
que son chino cuando las pronuncia un italiano, como es casi imposible que
un español consiga pronunciar correctamente el nombre del gran escritor
siciliano Sciascia. Además, el italiano usa infinitamente más que nosotros
la metáfora, la metonimia, el eufemismo y todo tipo de figuras retóricas.
Nunca son los italianos lingüísticamente tan drásticos como los españoles
cuando tienen que ofender o defenderse o dar órdenes o condenar. Pero no es
sólo la lengua. El español es radical y drástico casi en todo: actitudes,
expresiones... El italiano es posibilista y conciliador. El español se
rompe, el italiano se dobla. El carácter hispano está hecho de acero; el
italiano, de goma. Aquí la gente se pelea con las manos abiertas, y entre
nosotros, con los puños cerrados. Italia es el país de la diplomacia. La
vaticana nació aquí y sigue siendo insuperable. En ella se enseña que ningún
sí ni ningún no deben serlo nunca definitivamente. Por eso, para un italiano
todo es posible, y no existen caminos sin retorno. Ni hay para ellos ley sin
escamoteo, aunque hayan sido los creadores del Derecho. Es un pueblo que
soporta muy mal la ley, y acaba creándosela a su medida. Cuando se implantó
el impuesto del valor añadido (IVA), antes de un mes había salido ya a la
calle un librito que se titulaba Los 100 modos para no pagar el IVA.
El italiano no soporta las colas ni la disciplina, y, cuando puede, se
cuela. Y esta astucia tiene ya un nombre en el extranjero: se llama actuar
"a la italiana". El español es pasional; el italiano, sentimental. El
Quijote no hubiese podido ser engendrado en Roma, en Nápoles o en Florencia
aunque Cervantes conoció y viajó por este país. El heroísmo como concepto no
es italiano. Los héroes en este país son siempre individuales, aunque muy
numerosos en su historia. Ni el dogmatismo ni el fanatismo, ni tampoco la
intransigencia o el nacionalismo son frutos italianos.
Cada italiano se siente un artista, un poeta o un inventor. Creo que es el
país con mayor número de ciudadanos que han publicado algo en su vida,
aunque sea pagándoselo de su bolsillo. O que se jacten de haber inventado
algo, o que hayan tratado de pintar alguna vez. Y el italiano medio tiene un
dominio de su lengua muy superior al nuestro. Llevan en la sangre el sentido
de la estética, y lo reflejan hasta en la sopa. La belleza es el único dogma
en un país que no ama las ideologías. Y son artistas en el arte de salir del
paso. La famosa economía sumergida, que está salvando la crisis económica de
los últimos tiempos, no es otra cosa que un alarde de ingeniería creativa.
Sin fantasía, este país se hubiera muerto ya de hambre. Porque es gente que
cree más en los favores que en la justicia, en el amigo que en el Estado en
las recomendaciones que en el Gobierno. Buscan la recomendación hasta en los
muertos. Y la muerte es otro abismo que separa a los dos puebles. El "viva
la muerte" es lo menos italiano que se pueda concebir. Aquí nadie dramatiza
la muerte, la remueve. El Viernes Santo no se nota. Les gusta la Pascua, la
vida. Hay un culto increíble a los muertos, pero concebidos como vivos, como
intercesores. Cuando pasa un coche de la funeraria es fácil que un español
se quite el sombrero o se santigüe. Aquí es más fácil encontrar quien hace
gestos muy expresivos como tocar hierro o madera, u otras cosas.
El místico desahogo de Teresa de Ávila "muero porque no muero", es lo más
lejano a la espiritualidad de Francisco de Asís. En otro campo, la envidia
es típicamente española, mientras es italiana la gelosia. Y los psicólogos
saben muy bien la profunda diferencia que separa a estos dos sentimientos.
Con un español me siento más seguro, sin embargo, cuando me jura algo. De su
palabra me fío más. Y es algo que lo siente y envidia el mismo italiano, que
desea para su país un suplemento de seriedad, mientras creo que el español
adora, en cambio, esta elasticidad congénita del italiano, para quien todo
acaba arreglándose porque las palabras fin o imposible no pertenecen a su
cultura, ya que en este país todo puede volver a empezar y todo puede acabar
en milagro.
|
|
SPAGNOLI E
ITALIANI
Ma è vero
che Spagna e Italia sono due popoli assai simili? Molti la pensano così. Per
me, dopo aver vissuto quasi la metà della mia vita in Italia, ogni giorno
sono più convinto che, al contrario, siamo due popoli profondamente diversi.
Quasi in tutto, a eccezione del sole, le arance e l'olio
―
certamente
magnifici in entrambi i Paesi. Si è arrivati a credere che spagnoli e
italiani si capiscano subito senza avere prima studiato le rispettive lingue.
Niente di più falso; sono due idiomi che non si possono capire e tanto meno
parlare se non si studiano a fondo. Infatti, tutti gli uomini pubblici di
entrambi i paesi finiscono per far ricorso all'interprete. Un'altra cosa che
può trarre in inganno è che l'Italia è forse l'unico paese al mondo con una
tale capacità di accettazione e così scarsi sentimenti sciovinisti, che
basta che tu sappia dieci parole della loro lingua perché ti complimentino
dicendoti che la parli divinamente. Ma entrambi gli idiomi sono tanto
diversi quanto la gente che li parla.
Ci sono parole spagnole che agli italiani suonano come delle frustate, a
cominciare da "cabrón". Che tragedia per un italiano la J, la G o la Z
spagnole!
Ho amici che da quindici anni a questa parte continuano a chiamarmi Kuan. Immaginativi se
mi chiamassi Jorge. Ci sono parole come "cincel", "zancajear", o "zurriagazo", che
sembrano arabo quando le pronuncia un italiano, così com'è quasi impossibile
che uno spagnolo riesca a pronunciare correttamente il nome del grande
scrittore siciliano Sciascia. Inoltre, l'italiano usa infinitamente più di
noi la metafora, la metonimia, l'eufemismo e ogni tipo di figure retoriche.
Mai sono gli italiani linguisticamente così drastici come gli spagnoli
quando devono offendere, difendersi, dare ordini o condannare.
Ma non è soltanto la lingua. Lo spagnolo è radicale e drastico quasi in
tutto: atteggiamenti, espressioni… L'italiano è possibilista e conciliatore.
Lo spagnolo si rompe, l'italiano si piega. Il carattere ispano è fatto
d'acciaio; l'italiano è di gomma. Qui la gente lotta con le mani aperte, e
tra di noi con i pugni chiusi. L'Italia è il paese della diplomazia. Quella
vaticana, che nacque qui ed è ancora insuperabile, insegna che nessun sì né
nessun no deve mai essere definitivo. Per ciò, per un italiano tutto è
possibile, e non esistono strade senza ritorno. Né ci sono per loro leggi
che non si possano eludere, benché siano stati loro gli inventori del
Diritto. E' un popolo che regge molto male la legge, e finisce per farla su
misura. Quando fu introdotta l'imposta sul valore aggiunto (IVA), prima di
un mese era già in vendita un libricino intitolato "I 100 modi per non pagare
l'IVA".
L'italiano non sopporta la disciplina né le code, che salta quando può. E
questa furbizia ormai ha un nome all'estero: si chiama agire "all'italiana".
Lo spagnolo è passionale, l'italiano, sentimentale. Il Chisciotte non
avrebbe potuto essere concepito a Roma, Napoli o Firenze, sebbene Cervantes
conoscesse e viaggiasse per questo per l'Italia. L'eroismo come concetto non è
italiano. Gli eroi in questo paese sono sempre individuali, benché molto
numerosi nella sua storia. Né il dogmatismo né il fanatismo, e neanche
l'intransigenza o il nazionalismo sono frutti italiani.
Ciascun italiano nel suo piccolo
si sente un artista, un poeta o un inventore. Credo che sia il paese con il maggior numero di cittadini che hanno
pubblicato qualcosa nella loro vita, anche se pagandolo di tasca propria.
Oppure che si vantino di avere inventato qualcosa, o che abbiano provato a dipingere
al meno una volta. E l'italiano medio ha una padronanza della sua
lingua molto superiore a noi.
Portano nel sangue il senso dell'estetica, e lo riflettono dappertutto. La
bellezza è l'unico dogma in un paese che non ama le ideologie. E sono
artisti nell'arte di cavarsela. La famosa economia sommersa, che sta
salvando la crisi economica degli ultimi tempi, non è altro che uno sfoggio
di ingegneria creativa. Senza fantasia, questo paese sarebbe già morto di
fame. Perché è gente che crede di più nei favori che nella giustizia,
nell'amico che nello Stato, nelle raccomandazioni che nel governo. Cercano
la raccomandazione perfino nei morti. E la morte è un altro abisso che
separa i due popoli. "L'Evviva la morte" è la cosa meno italiana che si
possa concepire. Qui nessuno drammatizza la morte; la rimuovono. Il Venerdì
Santo non si nota. A loro piace la Pasqua, la vita. C'è un culto incredibile
ai morti ma sono concepiti come se fossero vivi, come intercessori. Quando passa un carro
funebre è facile che uno spagnolo si tolga il cappello o si faccia il segno
della croce. Qui è più facile trovare chi fa gesti molto espressivi, come
toccare ferro o legno, o altre cose del genere.
Il mistico sfogo di Teresa d'Avila "muoio perché non muoio", non potrebbe
essere più lontano dalla spiritualità di Francesco d'Assisi.
Da un altro lato, l'invidia è tipicamente spagnola, mentre che è italiana la
gelosia. E gli psicologi sanno molto bene la profonda differenza che divide
questi due sentimenti. Con uno spagnolo mi sento più sicuro, però, quando mi
giura qualcosa. Della sua parola mi fido di più. E ciò è qualcosa che sente
e invidia l'italiano stesso, che desidera per il suo paese un supplemento di
serietà, mentre credo che lo spagnolo adori invece quest'elasticità
congenita dell'italiano, per il quale tutto finisce per risolversi, perché
le parole fine o impossibile non appartengono alla sua cultura, giacché in
questo paese tutto può ricominciare da capo e tutto può finire in miracolo. |